El Sentido de la Bioética

Votar para Hacer la Diferencia

Septiembre 2008. Durante la última elección presidencial en Estados Unidos, sólo la mitad de quienes estaban registrados para votar lo hicieron. Admito que yo mismo no voté en alguna ocasión. Sin embargo, cuando estoy tentado a no votar, pienso en la historia que una vez escuché sobre una tal Tía Katherine, fallecida hace algunos años. Durante los últimos meses de su vida ella estuvo ciega, pero le pedía a su hija que le leyera la planilla de votación y que la llenara por ella. Firmaba con mucho cuidado, asegurándose de que su voto fuera enviado por correo. Votar fue una de las últimas cosas que hizo antes de que el Señor la llamara a su presencia. Pensaba que votar era importante y una forma de manifestar su preocupación por los demás y por la sociedad de la que ella formaba parte.

Siempre que votamos nos enfrentamos a la difícil tarea de evaluar asuntos muy importantes y de identificar las diversas posturas de los candidatos. Quizá tengamos que tomar en cuenta, por mencionar sólo algunas, las políticas sobre la energía, el acceso a la atención médica, a la educación, a la seguridad social, el problema de la indigencia, los impuestos, los subsidios al campo, la violencia urbana. Sin embargo, algunos asuntos merecen una mayor atención que otros. Los que tienen que ver con la vida –desde el aborto hasta la investigación con células madre embrionarias y la eutanasia— son, objetivamente hablando, los asuntos más críticos que tenemos que poner en la balanza al momento de emitir nuestro voto, ya que tienen que ver con el bien más elemental, es decir, con la vida misma. Aun y cuando aprobásemos totalmente la posición de algún candidato respecto al seguro social y a los impuestos, ¿votaríamos todavía por él sabiendo que permite y promueve la esclavitud? Aun y cuando estuviésemos de acuerdo con la posición de un candidato respecto a la atención médica y a la educación, ¿votaríamos por él si supiésemos que está a favor del genocidio de los judíos? Cierto tipo de maldades, las que conocemos como “intrínsecas”, no deben ser permitidas en una sociedad, y nuestros votos no deben dar ninguna oportunidad a los candidatos que promueven tales maldades, independientemente de sus posiciones en otros asuntos menos importantes. Usando las palabras del Padre Brian Bransfield: una conciencia recta se apartará siempre que “escuche a un candidato afirmar que puede resolver el problema de la atención médica pero que, al mismo tiempo, está de acuerdo en que se puede matar al bebé en el vientre materno”. La recta conciencia sabe que si votamos por un candidato que está a favor de la experimentación con células madre embrionarias, la cual siempre implica matar bebés, entonces nuestras comunidades nunca podrán estar libres de violencia –ya que votamos por ella, precisamente-.

Al momento de votar, por lo tanto, debemos partir de una posición clave e inamovible –que todo ser humano tiene el derecho a la vida, y que este derecho fundamental hace posible todos los demás derechos. La protección absoluta del don de la vida es el fundamento de todos los otros bienes que esperamos promover y disfrutar dentro de una sociedad.

Cabe señalar que mientras ciertos tipos de violencia como el aborto y la destrucción de embriones nunca ni en ninguna circunstancia deben ser apoyados, otras formas de violencia como la guerra y la pena de muerte pueden ser, en muy limitadas circunstancias, moralmente toleradas. La diferencia está en el hecho de que la vida humana en el útero es, por definición, completamente inocente, mientras que el criminal en la silla eléctrica (o el injusto agresor que amenaza a un estado soberano en tiempo de guerra) no es inocente sino culpable de serias transgresiones, más allá de cualquier duda razonable. Cuando un criminal convicto o un agresor de guerra son culpables de una maldad radical, la guerra y la pena de muerte pueden representar, en algunas y muy limitadas ocasiones y circunstancias, una respuesta social legítima. Por lo tanto, la guerra y la pena capital no pueden ser consideradas como intrínsecamente inmorales. Cualquier ataque a la vida humana inocente –ya sea mediante el aborto, la experimentación con células madre embrionarias, o la eutanasia— siempre será intrínsecamente inmoral. Votar por un candidato que apoya la guerra o la pena capital en muy limitadas circunstancias, no es moralmente equivalente a votar por un candidato que apoya el matar la vida humana inocente en el vientre materno o en el laboratorio de experimentación.

¿Sería moralmente justificable alguna vez votar por un candidato que apoye el aborto u otras maldades intrínsecas? Es posible. Sin embargo, votar así requeriría una razón proporcionada. Consideremos, a manera de ejemplo, el caso hipotético de dos candidatos en campaña para la presidencia de Estados Unidos. Uno de ellos está a favor de una ley que autorice el matar a todos los musulmanes que vivan en el país (este hipotético candidato afirma que un pequeño porcentaje de ellos puede representar una amenaza de terrorismo algún día). El segundo candidato, por otra parte, se opone a tal genocidio pero apoya y promueve el matar, mediante el aborto, al bebé en gestación. Quizá sería admisible votar por este candidato pro aborto, no para apoyar su agenda abortista, sino para evitar el exterminio de musulmanes. Anualmente en Estados Unidos se matan mediante el aborto voluntario cerca de un millón de bebés, mientras que los ciudadanos musulmanes son alrededor de cinco millones. Si votando por el candidato pro aborto ayudamos a evitar la muerte injusta de cinco veces el número de seres humanos, se puede decir que tenemos una “razón proporcionada” para hacerlo. Tal vez en esas circunstancias preferiríamos no votar por nadie, considerando que ambos candidatos favorecen maldades intrínsecas en sus propuestas, sin embargo debemos tener cuidado: no votar puede significar un apoyo, aunque no intencional, a la plataforma más maligna. Quizá sólo debiésemos abstenernos de votar cuando las plataformas de todos los candidatos favorezcan maldades intrínsecas en grado similar.

En resumen, votar es un deber indispensable dentro de nuestra democracia, y la atención que pongamos a proteger con nuestro voto la vida humana vulnerable e inocente determinará, en gran medida, si estamos promoviendo una sociedad justa o injusta para nuestros hijos y nietos.