El Sentido de la Bioética

“¿Qué Hacer con los Embriones Congelados?”

Junio 2009. Cuando doy pláticas sobre la investigación con células madre o sobre la fertilización in vitro, invariablemente la gente me pregunta, “¿Qué se debe hacer con todos los embriones congelados?”.  Generalmente la pregunta es en sentido urgente, casi desesperada, reflexionando en el destino de los cientos de miles de embriones humanos crioconservados en nitrógeno líquido en clínicas de fertilidad.  La respuesta es simplemente que en un futuro próximo poco podemos  hacer éticamente con estos embriones, excepto mantenerlos congelados.  No parece haber alguna otra opción moralmente aceptable.

Qué hacer con los embriones congelados, le recuerdo a mi auditorio, no es la pregunta más sería que enfrentamos.  Mucho más urgente es cómo detener la producción y congelación de embriones, realizada diaria y sistemáticamente,  con la regularidad de un horario de trabajo, en todas las ciudades grandes de Estados Unidos.

La industria de la infertilidad se ha convertido en una línea de producción masiva de embriones,  virtualmente sin supervisión legal o legislación a nivel nacional.  Se trata de un negocio de muchos billones de dólares,  que bien ha sido descrita como “el salvaje Oeste de la infertilidad”, hecho para satisfacer los fuertes deseos de paternidad.  Para empezar a poner freno a esto,  necesitamos urgentemente leyes y normas como las que tienen Alemania e Italia.  En esos países no se pueden producir más de tres embriones en cada tratamiento de  infertilidad, y estos tres embriones tienen que ser implantados en su madre.  No se permite producir o congelar embriones adicionales; resultado de esto es que en las clínicas de fertilidad de Alemania e Italia prácticamente no existen embriones almacenados.

Respecto a los embriones que terminan abandonados en nitrógeno líquido, frecuentemente surge esta pregunta: ¿Sería moralmente permisible darlos en adopción a otras parejas para  implantaros, gestarlos y criaros como hijos propios?

El debate sobre este asunto continúa entre teólogos católicos de recta formación, y técnicamente el tema sigue abierto.  Un reciente documento vaticano, Dignitas Personae (Dignidad de la Persona), manifestó serias reservas morales sobre esta aproximación, aunque sin condenarla explícitamente como inmoral.  Pero es fácil ver algunas razones por las que sería imprudente promover la adopción de embriones.  En el clima actual que prevalece en la industria de la fertilidad, donde predomina una enorme ausencia de reglamentación, si la adopción de embriones se convirtiese en una práctica estándar, lo que se estimularía en realidad sería la producción de más embriones; los encargados de las clínicas de fertilización in vitroestarían más a sus anchas pensando: “No tenemos de qué preocuparnos si producimos embriones adicionales pues siempre habrá alguien dispuesto a adoptar los sobrantes”.   Esto daría a las clínicas un pretexto más para continuar, e incluso expandir, sus actuales prácticas inmorales.

Hay quienes sugieren que quizá una solución moralmente aceptable para el problema de los embriones congelados podría estar en la aplicación del principio de que no es obligado recurrir a medios “extraordinarios” para prolongar la vida humana.  Sostienen que mantener la vida de un embrión en estado criogénico es usar un medio extraordinario y que no hay obligación de hacerlo.

Sin embargo, de hecho, la decisión de continuar crioconservando un embrión en nitrógeno líquido quizá no sea recurrir a medios extraordinarios, ya que la carga y los costos que implica el cuidar de esta manera a los bebés en embrión son mínimos.  Cuando tenemos hijos, tenemos el deber de vestirlos, alimentarlos, cuidarlos y educarlos, todo lo cual cuesta mucho dinero.  Cuando nuestros hijos están congelados, no hay necesidad de vestirlos, alimentarlos o educarlos;  cuidamos de ellos únicamente pagando el recibo mensual para reabastecer el nitrógeno líquido en los tanques de almacenamiento.  Esta forma de cuidar a nuestros bebés es obviamente inusual, pero no parece moralmente extraordinaria en términos de hacer posible el fin de salvaguardar su integridad física.

En mi opinión, los padres están obligados a cuidar a sus hijos de esta forma hasta que se tenga otra opción en el futuro (quizá una sofisticada “incubadora de embriones” o un “útero artificial”  o algo así), o hasta que tengamos una certeza razonable de que han fallecido por propio deterioro o por “quemadura por congelamiento”,  que puede presentarse cuando los embriones permanecen congelados por periodos largos.  Quizá después de algunos cientos de años todos los embriones congelados habrán fallecido, y podrán finalmente ser descongelados y recibir una sepultura digna.  Por esta vía  no nos involucramos en la elección directa de acabar con sus vidas retirándoles el nitrógeno líquido que los mantiene vivos.

Sin lugar a dudas, los embriones congelados nunca deberán ser donados a la ciencia.  Tal decisión significaría entregar, no cadáveres, sino seres humanos vivos, para ser desmembrados por las manos de científicos que investigan con células madre.  Esto sería una falta rotunda de los padres en cuanto a su deber de proteger y cuidar a sus hijos.

Estas consideraciones nos hacen ver lo difícil que es contestar la pregunta de qué hacer con los embriones humanos congelados.  Nos recuerdan también que las decisiones pecaminosas tienen consecuencias,  y que la decisión primera de violar la ley moral recurriendo a la fertilización in vitro invariablemente trae consecuencias graves, como los predicamentos aquí considerados, y para los cuales parece no existir solución moral.